Los biopics (o películas biográficas) dan miedo, mucho miedo. Este tipo de filmes suelen caer, en la mayoría de las ocasiones, en el reduccionismo, la tergiversación o la idealización del personaje o personajes retratados. Películas de prestigio, con muchos oscars a sus espaldas, como “Una mente maravillosa” o “Ghandi”, son un buen ejemplo de lo dicho. Poner en imágenes la vida de un personaje célebre es también un excelente reclamo comercial, en la línea de “basado en una historia real”. Y, como el tema es “importante”, muchos de estos filmes acaban siendo una simple (y simplona) sucesión de acontecimientos biográficos plasmados de forma pedestre.
“24 hour party people” es la excepción que confirma la regla. La película es un ejemplo perfecto de cómo hacer una biografía musical (del showman Tony Wilson y los grupos de su Factory Records) captando el espíritu de la época, su estética, con gran pericia narrativa y una necesaria distancia crítica. De cómo mezclar perfectamente lo histórico con lo mítico, la mirada nostálgica con la desmitificadora, y de cómo hacer divertido y visualmente atractivo, además de auditivo, un material que tenía todas las papeletas para convertirse en un videoclip ochentero de hora y media.
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