Al igual que hiciera en 'La ciénaga', Lucrecia Martel vuelve a retratar en su segunda película un universo cerrado, decadente, claustrofóbico, infectado por el virus de la insatisfacción sexual, sentimental, vital. Una enfermedad del alma que no puede curar ninguno de los médicos que se alojan en el hotel, una podredumbre moral que apenas puede ser disimulada por ese ambientador que de forma insistente utiliza la nueva empleada del hotel, aún no contaminada.
El doctor Jano, como el dios de la mitología, tiene dos caras: la del respetable médico de provincias y la del lascivo atormentado que se frota con las adolescentes en las aglomeraciones. Amalia también: es la niña santa, impregnada de un particular misticismo, y la
lolita inocente y perversa en pleno descubrimiento de su sexualidad. La película mantiene esa dualidad entre lo implícito, lo que subyace (los deseos ocultos, insatisfechos), y lo explícito, las apariencias. Llena de metáforas visuales y elipsis argumentales, 'La niña santa' es una película contada en voz baja, contenida, sin concesiones al sentimentalismo ni al arrebato melodramático. Importa más lo que se intuye que lo que se (re)presenta, lo que no se dice que lo que se verbaliza, las miradas que las acciones.
Por eso mismo exige un esfuerzo por parte del espectador, una atención especial, so pena de quedarte en la superficie. Pero es un esfuerzo que, sin duda, se verá recompensado con creces al final de la película.
Lo mejor: La decidida y arriesgada apuesta de Lucrecia Martel por un cine que se desmarca de lo que se espera del cine argentino actual: películas socialmente y convencionalmente comprometidas o comedias sensibleras con Ricardo Darín de protagonista.
Lo peor: Su, en ocasiones, excesivo hermetismo, que obliga al espectador a verla de nuevo o a documentarse antes para poder atraparla en toda su riqueza.
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